Rápido y sucio, acercamientos a la idea de un KLUDGE continuo

En términos generales se entiende por kludge una solución que no llega a ser prototipo y que no
aspira a ser mejorada; hace referencia a algo improvisado pero que soluciona un problema de manera efectiva. Se dice que es “quick & dirty” o, en español, “rápido y sucio”. Es algo ingenioso y low-tech. Esta exposición, que presenta un diálogo entre los artistas Raúl Marroquín (Bogotá, 1947), -residente en Ámsterdam desde 1971,- y Juan Caicedo, profesor de la Universidad Nacional, nacido en Pasto pero residente en Medellín, propone el término kludge como modus operandi de captura de o acercamiento a la realidad en los distintos formatos que ambos manejan aunque las formas de hacer y la esencia
de lo que quieren narrar pueden llegar a ser muy alejadas. En este caso proponemos también la idea
de kludge continuo como una metáfora del mundo imperfecto y en constante cambio, alejado de la posibilidad de ser un producto final y de cualquier verdad cerrada y absoluta, del que ambos hablan a través de su trabajo. Raúl Marroquín y Juan Caicedo comparten un interés por lo privado, lo cotidiano pero también por distintas dimensiones de lo público, siendo el humor y la ironía un hilo conductor que recorre sutilmente la forma en que estos intereses se transforman en piezas. A partir de ahí entramos
en dos universos con puntos de encuentro y de desencuentro, semejanzas y disidencias que ponen de manifiesto la lejanía temporal pero la cercanía de una cierta forma de hacer y de ver el mundo.

El diálogo entre los artistas empezó con conversaciones a larga distancia entre Medellín y Ámsterdam, videollamadas que abrieron una ventana digital en la vida y la cotidianeidad de cada uno. Al mismo tiempo se abre la caja de pandora de la intromisión entendida como una posible forma de violencia que transgrede la privacidad y se evidencia un deseo mutuo de intercambiar pistas visuales de esos mundos separados por una franja horaria y generacional. Entendidos la violencia y el humor como bisagras del diálogo entre ambos artistas, suponen también el punto de partida del recorrido por dos acercamientos distintos a estas ideas y otros temas que se desprenden completamente de las mismas. La intromisión es para Marroquín una forma de comunicación que viaja en dos direcciones: por un lado le permite

ser narrador del mundo, -del suyo propio, ya sea performático o “real”, y el mundo que consumimos a través de los medios de masas, desde el comienzo del uso del término, hasta hoy en día. Lejos de querer confrontar al espectador con un mundo mediáticamente distópico, Marroquín toma partido del poder manipulativo de la imagen, sin perder de vista la ironía y los guiños que caracterizan su trabajo: ya sea en la realización de esculturas o de videos, el artista siempre nos deja ver entre bambalinas sin ocultar la huella de su presencia detrás de esas representaciones o engaños de realidad.

Para Caicedo, este tipo de transgresión es una sutil forma de violencia a la que ya estamos acostumbrados. No necesariamente habla de la violencia del conflicto armado, sino de la invisible, la del día a día, que a veces no alcanzamos a identificar como tal, incluso la que consumimos como espectadores. Sin saberlo somos exhibicionistas de nuestra vida privada y mirones de la vida de los otros, de los momentos más familiares y privados que las redes admiten mostrar; nuestro tiempo es irrumpido constantemente por el mundo virtual en el que también vivimos, ¿es eso una forma
de violencia consensuada que nos exige estar conectados a la red como parte de nuestra esencia ontológica? ¿De qué forma se aprovecha el orden establecido de nuestra conciencia entumecida?

Cuando se toma la realidad por sorpresa, como un acto espontáneo de representación, emergen imágenes de la cotidianeidad como aquello que está más a la mano. Lo cotidiano se puede convertir en un prototipo doméstico de uso insospechado que refleja una realidad más inmediata, menos producida y, aunque contundente, no parece completa porque el instante sugiere un antes y un después que solo podemos llegar a imaginar. Al hilo de esto surge la idea de kludge continuo en esta exposición, como una apuesta por la imposibilidad de realizar una obra completa. Nunca se llega a la idea final, a algo que ya está terminado a la perfección,- la solución perfecta y permanente para un problema,- y esto es una postura consciente y clara que sirve de metáfora del estado gaseoso del momento actual en el que cada instante es una prueba del momento siguiente ad infinitum. En esta falta de verdad y abundancia de convicciones nostálgicas, se entrevé un mundo distinto al podía haber sido, en el que se activan estrategias de violencia sesgada e in-conspicua. La nueva violencia no nos encarcela en mitad de la noche por disidentes pero sí nos pone a su disposición por medio de la emoción y lo irracional. Las imágenes son señuelos que nos seducen con la idea de la representación de una realidad concreta y existente pero que nos invita a un juego de verdades ficcionadas, representaciones e interpretaciones que permiten al espectador entrar en la narrativa o quedarse como voyeur.

Caridad Botella / Curadora